Se ha firmado el acuerdo final del proceso de paz en la Habana, entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC-EP, y una serie de preguntas surgen frente al futuro del país.
Quizás todo se pueda resumir en la palabra Esperanza.
Durante más de cincuenta años se ha vivido una guerra civil no declarada que ha hecho del país sudamericano, uno de los países más violentos del mundo.
El enfrentamiento entre las dos visiones tradicionales, izquierda y derecha, la fragmentación social en un país terriblemente desigual, con una de las burguesías mas inteligentes y astutas del continente para perpetuarse en el poder, prácticamente desde la fundación de la República en 1830 y los índices de pobreza que atrapan a casi la mitad de la población.
Entre guerras y guerras internas -nunca se ha dado una guerra exterior- el fenómeno contemporáneo del narcotráfico con uno de los cárteles más poderosos del mundo, el surgimiento del paramilitarismo y desde luego las guerrillas, nacidas del descontento social en la década de los cincuenta, reacción necesaria a la injusticia, después intervenida por el mismo narcotráfico y la injerencia de los Estados Unidos en los asuntos internos de todas las debilitadas democracias de la región.
Colombia ha llegado a un punto de partida necesario y, aunque solo sea el establecimiento de una paz entre el Estado y la más tradicional guerrilla del país, abre un nuevo horizonte para la construcción de una paz social que necesitará reformas urgentes como la tenencia de la tierra, los programas sociales reclamados con urgencia y una mejor redistribución de la riqueza para no seguir pauperizando la clase media y elevar en lo posible el nivel de vida de los millones de pobres que habitan un territorio, rico en riquezas naturales de todo tipo, expoliadas ahora por las multinacionales Europeas y Norteamericanas que pretenden rifarse los recursos en una subasta pública propiciada por las clases gobernantes.
ALVARO ZULETA CORTES. El autor es Doctor en Filosofía y Presidente de ACULCO.
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