El inmigrante recibe una carga física y afectiva en su nueva situación en un país ajeno a sus costumbres y su modo de vida. Su intención es adaptarse y su objetivo inmediato, encontrar un empleo. En ocasiones, la búsqueda de una vida mejor se desdibuja ante las nuevas coordenadas que le marcan la vida.

En el caso de los inmigrantes africanos o latinoamericanos se puede llegar a expresar una profunda desilusión resultado del choque que supone afrontar una rutina en ocasiones asfixiante. Hay que tener que trabajar en cosas jamás realizadas antes y de manera inevitable al verse obligado a lanzarse a la búsqueda imperiosa de es seguridad económica tan necesaria y vital. Precisamente, tras dejar atrás un mundo inseguro y hostil, resulta que el nuevo mundo no es tan idóneo ni fantástico como se esperaba, sino que es otro mundo nuevo con una inseguridad y hostilidad distintas. El problema se agrava en aquellas personas que ni siquiera tienen documentación y pasan a formar parte del ejército de los irregulares.

La nostalgia de la madre, de la familia, de la patria se traduce en el sentimiento de desarraigo y soledad. Muchos de los inmigrantes sufren este extrañamiento que los lleva a intentar hacer amigos entre sus propios compatriotas que también se muestran imposibilitados de establecer relaciones sanas de amistad o de amor y sufren de la misma patología de extrañeza. Se reproducen estereotipos y extrapolan comportamientos en una lógica de aferrarse a alguien o a algo para afrontar su nueva situación.

Aculco viene desarrollando programas de asistencia al retorno voluntario en 2016. Este programa, denominado Hogares II, está financiado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (IRPF).

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