Aculco viene desarrollando programas de asistencia al retorno voluntario. Una vez más, en 2016, trabaja en esta acción a través del programa Hogares II. Se ha repetido hasta el cansancio que las migraciones no son nuevas y que no competen solo al mundo contemporáneo.

Desde tiempos inmemoriales los seres humanos se han movido de un sitio a otro, incluso de un continente a otro impulsados por su instinto de supervivencia, de búsqueda de mejores condiciones de vida y quizás  movidos por un deseo interior de cambio, de cansancio frente a lo conocido y su impulso de explorar otros territorios y otras posibilidades de vida.

Como sea, no todos permanen en el sitio donde nacieron y miles de ellos iniciaron el camino sin retorno hacia otras comarcas, otros países u otros continentes.

La denominada globalización no ha pasado de ser globalización económica y la circulación de capitales no ha ido paralela a la libre circulación de los seres humanos.

Lo individual es un retazo de cosas del pasado, de ambiciones personales, de deseos y frustraciones, de proyectos de vida casi siempre de tipo económico y de ascenso en la escala social, de fama y buen vivir, respaldados en esa nación difusa dejada atrás que llena los sueños y pretende el retorno.

Se ha dicho además que existen dos pérdidas irreparables cuando se migra: la madre y la patria. Hablamos hoy de la primera. Se amplía esta pérdida en la familia ascendente y descendente, el círculo de parientes que se dejan atrás y la manera cómo la persona elabora estos duelos de sobrinos, tíos, tías, primos y sobre todo abuelos que se quedan en el país de origen y con los que se intenta mantener una relación afectiva a pesar de la distancia.

Pero la muerte de la madre se presagia, se espera, produce la angustia patológica del no encontrarla de nuevo. Se salta a la primera alarma de su enfermedad y se permanece a la espera, incluso muchas veces plantea el regreso antes de tiempo. La madre es un símbolo del calor familiar y de lo abandonado con él. La madre incluye al padre o al ser querido abandonado.

El primer gran duelo del inmigrante es este: por sus seres queridos.

Este programa, denominado Hogares II, está financiado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (IRPF).

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