Quizás resulte utópico hablar de una ciudadanía planetaria, sobre todo porque ha sido una idea de Occidente y segundo porque dados los cambios culturales ocurridos en el mundo contemporáneo parece que esta utopía esté siendo creada por la nueva era informática.
El concepto de ciudadanía surgió en el contexto griego y latino y aunque estaba referido a una capa privilegiada de la población sirvió para sentar las bases de la democracia moderna y desarrolló con las comunicaciones una concepción nueva del hombre y de la sociedad que ha marcado los últimos siglos de la humanidad.
La ciudadanía universal parece también hacerse realidad en el contexto de la denominada revolución informática. La revolución de las redes ocurrida en los últimos treinta años ha abierto las naciones y los estados a una nueva era de la comunicación global.
Diferenciamos también nación de estado en las modernas clasificaciones del derecho donde la nación constituye los grupos de seres humanos afincados en un territorio y unidos por conceptos como la lengua, las tradiciones, la cultura, distinta del Estado como un ente abstracto y administrativo de creación reciente y que parece haber monopolizado el poder en la ley.
Así, el mundo contemporáneo se ha vuelto en verdad una aldea global donde estamos informados de todo lo que ocurre en diferentes sitios del planeta. La intercomunicación planetaria genera un mundo interconectado a través de redes que están variando muchas de las coordenadas del pasado.
Sin embargo algo al interior de nosotros mismos y de nuestras naciones se niega a adaptarse a los nuevos tiempos y seguimos aferrados a esquemas del pasado.
La concepción de estados nacionales, las estructuras jurídicas y burocráticas, la concepción del individuo y los territorios siguen teniendo un peso considerable en las concepciones actuales.
Agregado a esto está el peso de las ideologías, maneras distintas de concebir el mundo a nivel religioso, social, económico y político.
A pesar de la intercomunicación planetaria subsisten diferencias entre países, entre bloques de países, entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur. Sobre todo tenemos la percepción de la pobreza y la miseria en grandes capas de la población y en países -la mayoría ubicada al sur del mundo-.
La inequidad y el hambre, las guerras y la lucha por el poder parecen marcar el destino contemporáneo de la humanidad. Y no solo ahora, han marcado la historia del hombre moderno en los últimos 25 siglos.
La historia de las guerras es la historia del pillaje de la humanidad. No hemos logrado en estos siglos sistemas equitativos o que respondan a un mínimo de justicia social y de redistribución de la riqueza: algunas minorías dominantes se apropiaron de grandes capas de población y grandes extensiones de tierra que fueron privatizadas para beneficio de unos pocos. Luego la revolución industrial del siglo XVIII en Europa sirvió para que las elites burguesas se apropiaran de las nuevas tecnologías y crearan grandes empresas, industrias y redes internacionales de enriquecimiento, multinacionales y explotación del planeta entero.
En esta distribución internacional del capital es que han surgido estas diferencias entre el norte y el sur del mundo.
Continentes enteros han sido declarados en la miseria, y la pobreza anida en los grandes países Africanos, Asiáticos o de de América latina.
Tenemos que apuntar además que, en este contexto desequilibrado de posesión y en este interés en desarrollar la ciencia y la tecnología como soporte a la explotación, a la guerra y la miseria, surgió la revolución informática en las décadas finales del siglo XX.
La ciencia ha estado al servicio del capital y ha crecido además en la parte rica del mundo. Desarrolla la investigación en plan de producir más y mejor, o de consumir más y mejor. Hay honrosas excepciones que han favorecido la lucha contra la enfermedad y la muerte, desarrollando vacunas o mejorando la calidad de los alimentos, pero en general ha servido para la mejora cualitativa incluso de la carrera armamentista que arma los países y los individuos para la exterminación mutua.
MIGRACIONES.
Como manera de responder a todas las demandas socio-económicas y políticas realizadas por los sistemas actuales, los seres humanos parecen moverse en una nueva dinámica que se ha dado en llamar migraciones internacionales.
Desplazamientos de población ha habido siempre y la mayoría de las veces por las mismas razones: búsqueda de mejores condiciones de vida, huida de las guerras, hambre, desplazamientos políticos para salvar la vida, etc.
Pero en los últimos años la huida del sur pobre hacia el norte rico- ahora no tanto como antes- ha marcado este proceso de migraciones de una manera importante. Miles de personas se han movido de sus países de origen y generado una nueva visión de una población flotante, desadaptada, inestable entre un país de origen y un país de acogida.
En el caso de Europa miles de inmigrantes Africanos, Magrebíes, latinoamericanos y Asiáticos han logrado entrar en una Europa fortificada por fronteras físicas y jurídicas, incluida la valla fortificada de Melilla, y generado un potencial de más de cuarenta millones de personas que habitan y trabajan en los países de la Unión, sobre todo en la Europa denominada Occidental. Mejores condiciones de vida, bienestar social y estatal, servicios públicos de mayor calidad -ahora menguados por las políticas de ajuste estructural y destrucción paulatina del estado de bienestar-, han atraído a hombres y mujeres del sur del mundo.
En el caso de los Estados Unidos, un país construido por inmigrantes, parece dejar de lado su pasado migratorio y propone muros de separación con el Sur de América que prácticamente dejarían incomunicada esta parte del mundo con sus vecinos ricos del Norte. El último presidente norteamericano, un extraño híbrido blanco y conservador pretende construir un muro que separe los mismos estados usurpados en el pasado a España y a México, del actual país Azteca y con él a toda Centroamérica, atenazada por la pobreza.
Pero la historia continúa su rumbo y las migraciones no se detienen, aunque se pongan vallas y muros y leyes y fronteras. Y como resultado de todo este proceso empezamos a hablar de una nueva civilización planetaria y de una concepción realmente novedosa de la manera de interpretarnos a nosotros mismos. Esta es nuestra tesis central.
Las actuales condiciones del movimiento de personas , la manera en que se están interrelacionando a través de las redes de comunicación, los cambios cualitativos y cuantitativos de los seres humanos, pero y sobre todo una nueva visión cultural mundial , una aldea planetaria que podría generar también nuevos valores de solidaridad y de tolerancia , de ética social que abra los espacios a un mundo más equilibrado y justo, más libertario y humano en el sentido de aprovechar mejor los recursos naturales mundiales o mejorar nuestra manera de gestionar el poder político en grandes capas de población, es lo que nos llama la atención de esto que está ocurriendo en los últimos años.
Estamos a las puertas de una nueva estructura civilizada que nos permitirá construir una sociedad más justa y solidaria, humana y vital que reconozca a todos y a todas y levante barreras ancestrales de injusticia, guerra, hambre y desigualdad.
Pero la construcción de esta nueva estructura requerirá paciencia y sobre todo un cambio en la mentalidad del hombre actual. No podemos pretender construir una nueva civilización manteniendo estructuras del pasado, propuestas conservadoras o arraigos de tipo cultural que no nos permite avanzar en la concepción que tenemos de nosotros mismos como individuos y como comunidad.
Hablar de una nueva civilización implica hablar de una nueva estructura de valores que nada tiene que ver con los valores occidentales impuestos sobre amplias capas de población mundiales.
La ética, concebida como una ciencia adscrita a la filosofía no permite la imposición de valores. Por el contrario, habla de una construcción axiológica nueva siempre. Valores como la solidaridad, la convivencia, la justicia, el amor o la paz, no pueden ser parte de una imposición administrativa o social, de una manera de pensar, de actuar, de ganar dinero, de “ejercer” la democracia. Deben ser parte consustancial de un nuevo modelo antropológico y sociológico, de la construcción de una cultura global y planetaria, humana en su totalidad y en su integralidad, respetuosa de las diferencias individuales y nacionales pero levantada sobre el andamiaje único y plural de lo humano. Hablamos de una manera distinta de gestionar la diversidad en la unidad y la manera de educar nuevas generaciones en el amor y la tolerancia.
Los esfuerzos en los próximos años deberían estar centrados en este propósito.
Hemos ganado una escala tecnológica planetaria, hemos creado los instrumentos necesarios para comunicarnos a nivel global a través de las redes de comunicación, de la televisión, de los mass media. Ahora es el momento de aprovechar toda esta estructura comunicacional para hablar de comunicación en serio y de educación y cultura para grandes capas de población.
La educación del género humano aparecía también en las pretensiones de los ilustrados alemanes. Ha sido la constante en los filósofos europeos. Pues estaríamos ahora en la posibilidad abierta de educar a millones de seres humanos a través de las redes.
Y estos espacios constructivos, esta nueva dinámica civilizada, curiosamente habría sido abierta por los movimientos migratorios que al cambiar de país y de nación han abierto las vías para un gran movimiento planetario, no reducido solo a intercambio económico sino a intercambio humano vivencial de millones de seres que han ido poco a poco, y casi sin quererlo, abriendo los espacios a la construcción de un mundo nuevo, una nueva civilización que echa a andar en la búsqueda de nuevas herramientas para la vida en un planeta llamado Tierra.
Los inmigrantes han constituido sus propias redes sociales y políticas, han levantado comunidades transnacionales y echado por tierra conceptos tradicionales como la patria, el territorio, la nación encerrada en el estado.
No está resultando nada fácil. El odio y el racismo se acrecientan en los países ricos y la xenofobia salta también en los actuales Estados Unidos, alentados por un vacío de poder democrático que se ha visto evidente en los últimos meses.
El fanatismo religioso y político de grupos de Medio Oriente, empecinados en recuperar un poder medieval del Islam y enceguecidos por una fe ancestral en Alá, está generando en Occidente olas de terrorismo impredecibles que atenazan los gobiernos nacionales Europeos bajo el anonimato de hombres y mujeres dispuestos a morir por un dios extraño, ambiguo en sus sentimientos de amor y odio y que hace de la política y de la religión una sola bandera.
Las claves no pueden encontrarse ahora en esas visiones sesgadas de la realidad que traen muchos inmigrantes y refugiados de Medio Oriente, de Afganistán o Paquistán, que obedecen dogmáticamente una fe de carbonero que Occidente afortunadamente ya perdió.
Las actuales migraciones no se definen por el fanatismo religioso, ni por la huida obligada de los países por la guerra, ni por el hambre o la persecución política. Se define por un interés mundial en mejorar las condiciones de vida, tanto físicas como psicológicas y sociales de hombres y mujeres que sienten ya que el planeta es de todos y que podemos movernos libremente en él, aportando desde nuestras condiciones físicas e intelectuales al bienestar de pueblos y naciones que antes considerábamos simplemente lejanos.
También se está esperando, en los últimos años, que los gobiernos locales y los nacionales de un país de acogida tengan la capacidad suficiente para enfrentar este desafío de acoger en su territorio a seres humanos, incluso de otro color de piel, que han llegado a sus ciudades y campos a comenzar de nuevo la aventura humana del enfrentamiento con lo desconocido.
Estos nuevos canales abiertos por hombres y mujeres en el mundo entero deben servir para la construcción de una nueva ciudadanía planetaria, respetuosa de valores y respetuosa del medio ambiente. Que tenga como fin único la preservación de la especie y la preservación del planeta que nos vio nacer. En el gran escenario de la Paz Mundial, un antiguo sueño mantenido solo en los textos escritos de mentes brillantes que han atravesado la historia de la humanidad, como una inmensa biblioteca, ahora virtual, en la que se encuentran todas las claves para ser mejores seres humanos, para preservar el sitio donde nacemos y morimos, pero y sobre todo, para ser más felices de lo que hemos podido ser hasta ahora.
ALVARO ZULETA CORTÉS. El autor es Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, Director de la ONGD ACULCO y de la Fundación ACULCO, Máster en Estudios Superiores Iberoamericanos de la UCM de Madrid, Diplomado en Estudios Amerindios por la UCM, Profesor Universitario y Colaborador del Centro de Migraciones y Racismo de la UCM, Escritor y Presidente de la Confederación de Asociaciones Iberoamericanas de España, Profesor de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
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