Los esfuerzos de pacificación social parecen chocar con los fanatismos, las intransigencias y la falta de sentido común en la construcción de naciones y de las pretendidas Uniones de Naciones.
Así las cosas hablar de inmigración en las regiones más avanzadas del mundo es hablar de un drama humanitario donde está implícita la exclusión, la vulneración de DDHH y violencia. En la actualidad, a estas situaciones suman las guerras en el norte de África y el odio entre pueblos. La llegada masiva de inmigrantes preocupa a Europa. Pero en un continente con una demografía en caída libre, debiera repensarse la acogida no sólo por razones humanitarias evidentes, sino también por un interés común en salvar vidas y a la vez enriquecerse mutuamente con el intercambio de pueblos y personas.

Si la globalización no fuera solo económica, sino también política y social estaríamos ante un nuevo paradigma que abriría las puertas al siglo XXI.

Los estados nacionales han ido perdiendo su peso y a pesar de su interés en mantener sus posiciones de desarrollo, la dinámica externa los hace volverse cortos en sus miras. Algunas regiones se aferran a su pasado y no quieren perder su lengua ni sus tradiciones. Cierto espíritu romántico hay en ello aunque el peso de la globalización sea mayor.

También es cierto que no todos los inmigrantes logran su acomodo. La destrucción económica y la reconstrucción son un ida y vuelta que deja a muchos de los migrados en la estacada. Ayudar a estas personas es también una necesidad y un derecho de los que han contribuido con su trabajo y su estancia en el país de destino a que haya más progreso.

Aculco viene desarrollando programas de asistencia al retorno voluntario en 2016. Este programa, denominado Hogares II, está financiado por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad (IRPF).

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